En el anochecer de ayer, en los alrededores de la Plaza de Mayo pasó algo mágico.Las 53 campanas ubicadas en las cúpulas y terrazas de San Ignacio de Loyola (Bolívar y Alsina, la parroquia más antigua de la ciudad), del convento San Francisco (Alsina y Defensa) en el pequeño Carrillón de la Casa de la Cultura (Av. de Mayo 575), del Cabildo (Bolívar 65), del convento de San Juan Bautista (Alsina 820, traídas desde Francia y colocadas en 1806), el Carrillón más grande de América latina de la Legislatura porteña (en la manzana de Perú, Diagonal Sur e Hipólito Yrigoyen, con sus 30 campanas alemanas ejecutadas por Barber desde un teclado), del Reloj de la Legislatura (Diagonal Sur e Hipólito Yrigoyen), de la Capilla San Roque (Defensa y Alsina y del Palacio Municipal (Bolívar 1), más sirena de la Casa de la Cultura, y algo así como un tambor redoblante ubicado en la cámara de algún campanario fueron ejecutadas a "mano" por músicos campaneros leyendo una partitura especialmente escrita por el español Llorenc Barber (que con ensayos previos entrenó, primero con prácticas teóricas y luego en las alturas de los campanarios a los ejecutantes) en un radio reducido, libre de tránsito.Una detonación de pirotecnia a las 20:40 dió el anuncio de que el concierto comenzaba. Y, las personas que estábamos allí, hicimos un silencio que jamás imaginé podía ocurrir en un lugar como ese. Si alguien tuvo la imperiosa necesidad de hacer un comentario, lo hizo en voz baja, con susurros, como para no perturbar los ecos, las vibraciones, lo estampidos que las campanas daban en su diálogo. Porque fué eso: un diálogo entre las campanas, la sirena, los redobles y la pirotecnia. Al caminar por el espacio, el timbre de las campanas iba cambiando de alturas, de intervalos, incluso hasta de cantidad de armónicos. Ese raro clima plagado de brillos duró 50 minutos. Como al principio, fue una descarga de piritectnia, de fuegos artificiales disparados desde la terraza de la Casa de la Cultura que inundaron el cielo, ya oscuro, de colores, los que marcaron el final del concierto. Un aplauso coronó los estruendos, y mucho más estruendoso fue cuando los músicos campaneros se asomaban a saludar desde los campanarios.
Luego de unos instantes, el murmullo fue subiendo el volumen y el "ruido" de siempre tomó su lugar habitual en la Plaza de Mayo y sus alrededores. Creo que las únicas que no puedieron vivir la magia de los sonidos de las campanas fueron las palomas.
Solo un detalle más. Si se les ocurre leer las crónicas que los diarios publicaron sobre este concierto, verán que parace que lo más importante no fue ni el silencio, ni la magia, ni nada de eso. Sino que el tránsito estuvo cortado durante cinco horas. En fin...
Buscando en You Tube encontré este video, que lejos está de lo que fue haber estado caminando "in situ", pero que vale como para que tengan una pequeñita muestra:












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